Los militares sublevados tejieron una red infinita de centros de detención en los que hacinaban prisioneros, sin juicio previo, por el simple hecho de sospechar sus simpatías por el gobierno legítimo. Se emplearon todas las prisiones existentes en julio de 1936 y se habilitaron cuarteles, monasterios, escuelas, plazas de toros y hasta almacenes comerciales.

Así, se llenaron las Prisiones Provinciales, pensadas para acoger presos y presas preventivas, en espera de juicio, se reaprovecharon los Depósitos de Prisioneros y los Reformatorios de Adultos y se habilitaron Prisiones Provisionales, rápidamente convertidas en Prisiones Centrales, donde apiñar a miles y miles de presos políticos, hombres y mujeres cuyo único delito era defender la República o, simplemente, no mostrar entusiamo hacia el régimen franquista.